Su formación
Esta formación de psicoterapeutas contempla dos aspectos: uno, la del terapeuta que realiza el trabajo que, independientemente de su contenido objetivo, le permite a él realizarse humanamente y perfeccionarse como persona.
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Por otra parte este trabajo profesional se ejerce en función de la realización de otras personas. De allí la gran importancia que tiene la formación de psicoterapeuta como persona y como profesional.
El primer requisito que exige la Escuela de Psicoterapia Simbólica es la terapia personal. Es imprescindible que el psicoterapeuta tenga un conocimiento psico-ético de sí mismo. Debe saber qué pasa en su interior, qué piensa, siente, quiere y hace; y si eso que piensa, siente, quiere y hace es bueno o no considerado éticamente, si responde o no a lo que debe ser. Si no responde a lo que debe ser, es necesario que lo rectifique para ser coherente consigo mismo y con los principios de una concepción realista del hombre y de la vida.
Debe ser una persona equilibrada, que se conoce y, conociéndose, se ordena según una recta y objetiva jerarquía de valores, para no proyectar problemáticas personales sobre el paciente.
Nadie puede dar lo que no tiene. No puede ayudar a obtener un equilibrio psico-ético quien no lo posee básicamente.
La terapia personal debe ser realizada con esta fundamentación y con esta técnica, con lo que se logrará, junto a un equilibrio psicoético, experimentar en sí mismo el grado de confiabilidad de esta Psicoterapia Simbólica.
En cuanto a su formación personal, en función del mayor conocimiento y para el mejor tratamiento de las personas enfermas, consideramos que es necesario profundizar el estudio de lo que es el hombre normal, su esencia, su fin. Pues como ya fue expresado por su Santidad Juan Pablo II: "La verdad que debemos al hombre es, ante todo, una verdad sobre él mismo (...) Quizás una de las más llamativas debilidades de la civilización actual sea una inadecuada visión del hombre. La nuestra es, sin duda, la época en que más se ha escrito y hablado sobre el hombre, la época de los humanismos y del antropocentrismo. Sin embargo, paradójicamente, es también la época de las más hondas angustias del hombre respecto de su identidad y destino, del rebajamiento del hombre a niveles antes insospechados, época de valores humanos conculcados como jamás lo fueron antes".
Podemos decir que es la paradoja inexorable del humanismo ateo. Es el drama del hombre amputado de una dimensión esencial de su ser -su relación con el Absoluto- y "puesto así frente a la peor reducción del mismo ser".
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Por eso la Escuela de Psicoterapia Simbólica exige como estudio de posgrado la profundización de las ciencias que versan sobre los aspectos antropológicos, éticos, axiológicos y psicológicos desde un punto de vista realista.
Corresponde además estudiar los factores que desequilibran a ese hombre, concretamente cómo se presenta ese hombre psíquicamente enfermo, los distintos medios para llegar a su diagnóstico y los distintos medios terapéuticos necesarios para curar o mejorar al enfermo.
Lo específico de la Escuela consiste en la enseñanza de la Psicoterapia Simbólica, su fundamentación y su técnica. Debemos tener en cuenta que es un hecho que, a veces, la técnica puede transformarse de aliada en adversaria del hombre. Si se utiliza sólo esta técnica psicoterapéutica, si es usada sin el debido respeto a la dignidad de la persona humana, o también sin idoneidad, en lugar de ser terapéutica puede llegar a ser iatrogénica.
Es por ello que esta escuela exige de sus psicoterapeutas la claridad de los principios que sustenta y el dominio de los conocimientos teórico-prácticos fundamentales que implica la idoneidad profesional.
Unido a esta formación, la personalidad del psicoterapeuta debe poseer condiciones básicas:
- Debe ser capaz de amar al paciente, buscando su verdadero bien con desinterés y una gran comprensión. Ese es el único modo de establecer una empatía, un sentir con el paciente, que es la base de toda relación psicoterapéutica.
- Debe tener fortaleza suficiente para ser continente apropiado de todos los problemas del paciente.
- Humildad, que implica respeto por la verdad en sí misma y por la realidad del otro como persona.
- Ética profesional, que implica el respeto por la intimidad que debe ser guardada bajo estricto secreto profesional.
- Es muy útil tener sentido del humor que, bien empleado. ayuda a distender muchas situaciones.
- Se requiere además una enorme paciencia y tolerancia a la frustración, para saber esperar, con renovada esperanza, la mejoría del paciente, a pesar de los altibajos que pueda presentar.
- Y hay que resaltar el necesario respeto por las vocaciones personales, por lo singular, por lo particular: no masificar. (3)
- Todas estas virtudes engarzadas con la prudencia, que le va a indicar los medios que debe usar para el fin que se propone.
- Y por fin una casi constante contemplación de la naturaleza exterior al hombre y del hombre mismo, y la capacidad de universalizar y concretar al mismo tiempo, de tomar distancia respecto de la realidad cultural y de compartirla a la vez.
(1) Cfr. Juan Pablo II.
Laboren Exercens. Buewnos Aires, Paulinas, 1961, págs. 20-23.
(2) Cfr. Juan Pablo II.
Mensaje de Juan Pablo II. Discurso del Santo Padre Juan Pablo II al inaugurar la III Conferencia del Episcopado Latinoamericano, Buenos Aires, Paulinas, 1974, pág. 64.
(3) Respetar la vocación de cada persona es como considerar que la creación podría ser representada por un gran cuadro en el que cada persona va a poner una pincelada de distinto color, o matiz, así cada uno va a expresar de algún modo una perfección que existe en Dios. Sería monótono, poco expresivo, nada simbólico, si cada uno diera el mismo tipo de pincelada. Cfr. ETCHEVERRY BONEO, Luis.
Anotaciones de conferencias dictadas en Buenos Aires, 1955.
Fuente: Dra. María Ana Ennis,
Psicoterapia Simbólica, bases y conceptos. EDUCA, 2008. ISBN: 978-987-620-008-0